sábado, 27 de septiembre de 2014

DECIR ADIOS

Muchas veces las personas verborragicas o como yo les llamo habladoras compulsivas, son las que  tienen más problemas de comunicación.
En mi caso particular yo siempre he creído que soy una buena cuentista, obvio, pero según mi hermano cuyo comentario de la final del mundial fue  un pff, yo hablo demasiado.
No es que me importe mucho su opinión.
Hoy el calendario me llevó a recordar un momento de esos bien jugados en el que las palabras muchas o pocas desencadenaban en el mismo final.
Las relaciones amorosas no siempre terminan en el felices por siempre, y hay que saber aprender a superarlas y tomar lo que aprendiste de ellas, como eso, una enseñanza de vida.
En particular la que hoy me revolvía la mente mil veces, es de esas historias que llevadas al cine serían una película romántica. 
Un día, allá por mis dieciocho, comencé la facultad llena de ilusiones y sueños como todos, la primer jornada de clases coincidí en la multitud con un joven de unos veinte más o menos, por diversas situaciones, que son muy largas de contar, quedamos junto a otros tres como parte del equipo de trabajo N° 8 de la materiIntroducción a la Historia de las Sociedades.
Su nombre Rolando, no es nombre de galán de novela ni de película de Hollywood, pero para mí era Mel Gibson, Brad Pitt y Channing Tatum.
Durante tres años nuestra relación creció de un compañerismo a amistad, de amistad a romance, y de romance a amor.
Marco la diferencia porque es importante.
A medida que crecía nuestro amor, nuestros planes y sueños crecían a la par.
Al terminar el tercer año y preparándonos para el cuarto, su padre un hombre mayor, sufrió una descompensación y él viajo a verlo a su ciudad de origen.
Un beso en la estación de buses y la promesa de volver fue lo último que compartimos
Todos reconocemos que en los últimos diez años las telecomunicaciones han crecido en gran manera, pero quince años atrás era un poco más complicado, en donde ellos vivían no había un teléfono cerca y los celulares eran un lujo que él no se podía dar.
Si bien nos enviábamos cartas semanales, ahora que lo releo suena viejísimo, su padre no mejoro y él debió posponer sus estudios.
Pasó un año y las cartas pasaron de semanales a  mensuales a bimestrales y por último dejaron de llegar.
El dolor a diferencia de las cartas aumento, no quería reconocer que ese amor eterno se había diluido por los kilómetros que nos separaban, soñaba en subirme a mi auto y viajar esas 32 horas que nos separaban y llegar frente a él para recordarle esas palabras, esas caricias y esos besos que nos dimos durante tres años.
Mis amigas, como otras tantas, sabias consejeras, me dijeron que lo olvidara, que él no me merecía, que ni una sola de mis lágrimas debía salir de mis ojos por su causa.
¿No se les hace caso, verdad? 
A pesar de sus palabras muchas, muchas lágrimas llenaron mi almohada.
El tiempo que hace que todo se olvide, no sirvió en este caso, solo aprendí a continuar con mi vida.
Me lo imaginé en otros brazos, en otras bocas, como castigo por mi cobardía, el no haber ido hasta allí y decirle mil cosas en la cara.
Me imaginaba entrar a un salón lleno de gente vestida como una top model,  él estaría  allí  y al verme se daría  de golpes en la cabeza por haberme dejado, y yo, cuando él se acercaba a pedirme perdón por el abandono lo miraría y diría, No te recuerdo, ¿Quién eres?
Imagine, imagine....
Esa es una de mis virtudes, ya se habrán dado cuenta, la imaginación.
La noche de 26 de septiembre del mismo año que viajó a ver a su padre, se subió al auto para ir al médico, ya que llevaba dos días con muchos dolores y temieron una apendicitis, llovía a raudales y eso provocó que la calzada se convirtiera en lodo y las ruedas perdieran adherencia, suena tan técnico, derrapó y se salió del camino, no murió por el accidente sino de peritonitis. 
Su familia entre el dolor y la angustia de perderle de esa manera y sumado a que al poco tiempo falleció su padre, no recordaron el avisarme, él les había hablado de mí, ellos sabían de nuestra relación, nuestras fotos decoraban su habitación.
Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas al conocerme, dos años después, había tardado ese tiempo en tomar fuerzas para viajar, y verme.
Con ella traía un manojo de cartas, las que él escribía y no envió, ya que la situación le impedía ir al pueblo vecino donde estaba el correo.
Como dije parece el guion de una película, en este caso todo parecido a la realidad no es coincidencia.
La vida sigue, pasaron diecisiete años y he vivido muchas cosas buenas y feas, de todas ellas aprendí.
Hace unos días pude viajar a Ushuaia y visitar el lugar donde Rolando descansa.
Es increíble el lugar, una paz absoluta rodea toda esa zona, llamada el fin del mundo.
Parada frente a su lapida, luego de haber compartido con su familia, con la que continúe en contacto estos años, pude decirle Adiós.
Sin lágrimas en los ojos y con una sonrisa.

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