Esta semana tuvieron sus finales felices
cuatro novelas en mi ciudad, y esa melosa sensación de romance quedo flotando
en el aire.
En lo personal no veo novelas, las leo,
las escribo, porque al verlas me aburro.
Pero si veo los finales.
Lo que más me llamo la atención es que
tres de las cuatro concluyeron con la escena del casamiento en el registro
civil, la mirada de los enamorados, las voces en off de sus pensamientos,
la historia que llevo diez meses, cinco días a la semana durante una
hora, resumida en pocos segundos con sus voces emocionadas.
Eso me trajo un recuerdo de lo más
novelesco.
Hará unos diez años llegó a mi calle una
pareja, en un principio creíamos que eran hermanos, ya que ella era mayor por
varios años que él, no tanto como para ser su madre pero si su hermana
mayor.
Ella misma, luego de un tiempo, se encargó
de informar que eran de hecho una pareja, así también nos contó que la
diferencia de edad no importaba para ellos, y él lo confirmaba llevándola de la
mano y besándola en la puerta al llegar a su casa.
En ese entonces estábamos revolucionados
como comunidad, ya que buscábamos que el gobierno nos habilitase un centro
cívico donde realizar nuestros trámites legales, desde partidas de nacimiento,
defunción, pasaporte, documentación en general, por ese entonces había que
viajar para hacerlo, con ese centro tendríamos todo eso a nuestro alcance.
Nos avisaron que la misma presidente vía
coaxial, inauguraría por cadena nacional el primer centro cívico.
Así que como imaginaran había un gentío
allí ese día, nosotros, como el resto de mis vecinos vimos por televisión el
magno evento, que incluía la celebración de la primera boda.
Cual sería nuestra sorpresa al ver
en primer plano al novio, sí, nuestro vecino, era el flamante cónyuge y la novia,
no era la que durante cinco años vivió con él a dos casas de la nuestra, sino
una mucho más joven, en un notorio estado de embarazo.
No había voz en off, pero todos podíamos
leer en la cara del hombre no sólo lo que pensaba, sino también como sufría
cada vez que la cámara lo enfocaba.
Durante media hora nuestra ciudad se
paralizó, como reza el dicho, pueblo chico infierno grande, la joven
desposada era de un pueblo aledaño en el cual nuestro vecino trabajaba, o eso creíamos.
Él volvió a los pocos días confiando que
el tiempo hubiera amainado los ánimos, pero lejos de eso, al llegar pudo ver
restos humeantes de su pasado, nuestra vecina había apilado todas sus
pertenencias y las había quemado cual holocausto a los dioses de la infidelidad.
Cada tanto se le daba por pasar a ver como
estaban las cosas, pero nunca jamás ella lo dejó entrar nuevamente a la casa,
al poco tiempo apareció un nuevo habitante allí, un hombre con sienes plateadas
con el que reanudo su vida.
Lo que se asemeja la realidad a la
ficción, el ex vecino venía todos los días y ante las ventanas abiertas
disfrutaba en primer plano el romance, como expiación a su pecado.
Ahora entienden porque no veo telenovelas,
solo basta mirar a quien vive junto a tu casa y ni Corín Tellado y Talía inventarían
semejante culebrón.